Estadio Mario Alberto Kempes. El domingo pasado tuve la oportunidad de estar en uno de los templos del fútbol argentino, la casa de Talleres. Me aplastó ver al gigante. Contemplé sus interminables tribunas, fui víctima de la calidez de los cordobeses, y, claro, también verdugo de la memoria. Las constantes reminiscencias del año 1978 en La Boutique de Barrio Jardín. El 1-1 en Avellaneda y el empate 2-2, con un Bochini lúdico que se puso al hombro un equipo al que le habían expulsado a tres jugadores. Imágenes que como flashes cruzaban mi cabeza, en lo que fue una de las hazañas más memorables de nuestra historia. De la historia argentina y de la historia Roja. Casi como un presagio de lo que vendría casi 40 años después. Casi como la que Independiente está a punto de afrontar en esta serie.
Nos encontramos, hoy, ante la más grande sensación de ansiedad que recuerde en los últimos años. Tan cerca y tan lejos de esa barrera que nos depara de una final o del ostracismo. Nos encontramos, hoy, tan ansiosos de que llegue el martes que incluso desmerecemos y nos mofamos del clásico del fin de semana, partido que desde el pitazo final de anoche se transformó en un trámite tedioso, de esos molestos que si se pudieran saltear lo haríamos sin culpa alguna. El pueblo de Independiente solo tiene un horizonte en vistas, y guarda una ilusión enorme porque su equipo la respalda en la cancha con hambre de victoria y con inconformismo en los resultados, aún en los triunfos. Siempre quiere más. Nunca está satisfecho.
Diez minutos fatídicos sentenciaron anoche la primera mitad de la serie. Un Libertad que, lejos de saberse inferior, juega a lo que sabe: defender muy bien y apostar a las patriadas de su enorme Tacuara -doy gracias a la vida que no puede estar el martes-. Los ojos ciegos bien abiertos hicieron que los paraguayos se encontraran con un gol que debió ser invalidado y después se replegaron en su fortaleza, que lejos de ser impenetrable resistió más de la cuenta gracias a las facilidades que Independiente otorgó con su ineficacia. Como siempre, pagamos los precios de no haber puesto la plata por un nueve que te cambie la ecuación. El equipo de Holan no negoció su idea y jugó a lo que bien sabe: atacar y generar demasiado, en el primer tiempo con Barco y Sánchez Miño como tándem por izquierda y con Meza sumándose en el segundo. Fue netamente dominador, pero careció de capacidad para hacer daño y se llevó el mejor de los peores resultados.
Así como tantas veces desplegó todo su arsenal táctico y revirtió situaciones adversas con sus estrategias, el Profe jugó anoche una maniobra arriesgada que le salió por la culata. Poner a Gastón Silva de último hombre solo brindó inseguridad en el fondo de Independiente. No entiendo, si es que su idea era jugar con tres en el fondo, por qué no designó a Franco para ese puesto. Si hay una ocasión para improvisar una defensa, esa no es una semifinal de copa. Además, uno de los dos cincos sobró en la cancha durante gran parte del partido, con el Torito y Domingo pisándose en las funciones, y el cambio del Burrito Martínez -que tampoco parecía el indicado a entrar- por uno de ellos llegó tarde (a los 77'). Tal vez Nery Domínguez hubiera sido una alternativa para filtrar pelotas, o Lucas Albertengo para sumar presiones en la ofensiva ante un equipo con 10 jugadores.
Otra vez, Sánchez Miño fue el baluarte de este equipo, la muestra más grande de resiliencia en el plantel. Un tipo que pasó de ser odiado a amado gracias a la evolución en su entrega y su calidad técnica. En la vuelta, tiene que ser una fija en lo que imagino será un esquema más que ofensivo después de lo mostrado anoche por los paraguayos: se sienten más cómodos en la cueva que mostrando las garras. Un partido que se jugará de un solo lado de la cancha. Cuando todo parece jodido es cuando hay que poner.
Será, entonces, por la épica y por la historia. Como lo hicieron con Atlético Tucumán meses atrás y como lo supo hacer el Bocha en el Kempes. Independiente ya recuperó algo muy valioso en este proceso: bebió del Santo Grial de su mística, y ahora solo le queda demostrar verdaderamente que el Rey de Copas sigue vigente. Que sigue vivo el que nació para partidos como estos, en los que los botines embarrados de las glorias pasadas se materializan en las de los once tipos designados a quedar en los libros y en cada relato de los padres y futuros abuelos. El martes, ante 50 mil almas en vilo, regálennos una de esas noches como las de Córdoba. De esas que se guardan fotográficamente en las retinas y para toda la vida.
Por @rffailache