a nuestros padres

a nuestros padres

A nuestros padres

Por: OrgulloRojo
16 de junio de 2013

Mi viejo nunca me mintió. Y si lo hizo, lo hizo bien. Nunca me enteré. Será por esa paz en su cara, la serenidad con que me habla, o por la certeza de que es él, y que siempre va a ser él. Uno siempre tiene un confidente en los malos momentos. Siempre que el golpe se da, o que uno se siente mal, el teléfono suena y sabés quién es. En este caso, lo tengo con mi viejo, y soy un agradecido de tenerlo. Tal vez sea excesiva la calma que tengo en este momento. Una calma infundada, contagiada por él, después de 11 meses y 14 días de charlas de teléfono, mates y cervezas. Tal vez me halle contradictorio en este mar de dolor, dudas y tristeza, pero por algo debe ser. Antes de ahondar en lo que quisiera contarles, primero quisiera pedirles disculpas por haberlos hecho llorar con el cuento hecho años atrás, refiriéndome a mi abuelo. Nunca fue mi intención. Sólo quise llegar a un lugar más profundo de nosotros, a ese que no podemos llegar por nosotros mismos. En ese momento las circunstancias eran otras, la situación era difícil y emotiva, pero no tan significativa como la que vivimos hoy. Hoy, estamos en otra categoría. Y no estamos desde este año, sino desde mucho antes. Este descenso no es culpa sólo de los Leguizamones o Farías, sino de una batahola de pésimas decisiones que nos han tocado sufrir desde este nuevo siglo. La culpa es de los jugadores que llegaron, de los técnicos que se nombraron y de los dirigentes que los contrataron. Y también, de nosotros que los votamos. Independiente, por suerte y por desgracia, es gigantescamente más grande que cualquier ser humano. Independiente no son todos sus hinchas, ni todos sus jugadores, ni todos sus dirigentes. Independiente es lo que hacemos. Independiente fue grande por lo que nosotros fuimos, y hoy no somos. Hoy, Independiente quiere decirnos algo. Independiente quiere decirnos que es un orgullo de formar parte de nuestras vidas. Independiente se emociona al saber que uno es hincha por amor a los colores, por honor a la herencia y por el cariño eterno a la familia. Independiente se lamenta de no estar a la altura de lo que nos contaron, de ya no ser. Independiente se desangra en un mar de desidia, negocios y olvido. Independiente se desmorona, pero nunca se muere. Perdón por la semántica, pero los sustantivos abstractos, afortunadamente, escapan de ese puto mal que es la muerte. Independiente no se murió este sábado, ni el siguiente, ni dentro de otros 100 años. Independiente seguirá vivo, siempre con nosotros. El tema es: ¿Qué Independiente queremos? Si tuvimos enormes jugadores como Erico, Bochini, Pavoni, Sastre o De la Mata, hay que pensar que la cosa es de ida y vuelta. Ellos engrandecieron a Independiente, y ellos se engrandecieron gracias a Independiente. E Independiente fue grande, y lo será siempre, gracias a nosotros. Siempre por nosotros. Independiente tiene 108 años, y en unos meses tendrá 109. Yo me pregunto: ¿Cuándo nos pasó algo malo? ¿Hemos perdido nuestra cancha a manos de una dictadura? ¿Nos hemos cubierto de una gloria pagada de manos gubernamentales? ¿Algún dictador nos ayudó a terminar nuestro estadio? ¿Alguien vino una tarde noche de invierno a decirnos que no existimos más? Si nos ponemos de esta manera, si estamos con las manos temblando, con la sien por la nariz, con los lagrimales con tanque lleno, es porque no sabemos cómo reaccionar a esto. No lo entendemos y nos costará siempre a entenderlo. Porque no soy el único con un abuelo (este fue el enorme Antonio) que me enseño que los dedos se llamaban Micheli, Cecconatto, Lacasia, Grillo y Cruz (Y después Bonelli). Me cuesta creer que ninguno de nosotros lloró cuando se peleó con una novia, o rompió algo cuando se quedó sin laburo, o no se encerró de dolor cuando perdió a alguien. Y después sabemos que el Sol sale y se esconde cada día. Y las novias vuelven o aparecen nuevas. Los trabajos pueden ser mejores, o el recuerdo enaltece cada día al que ya no está. Y menos me cuesta creer que al que le haya tocado sufrir algo de esto, al otro día no sintiera más nada, o no se levantara para ir a trabajar, o no le daría un beso a sus hijos y les dijera que todo va a estar bien. Hoy, mi viejo me hace eso. En un beso por teléfono, me dice que todo va a estar bien. Y yo le creo. Por Rodrigo González Santos para OrgulloRojo  
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