Después de mucho tiempo, estamos ligando. La suerte es así: viene y se va. Aunque últimamente se iba mucho y venía poco. La clave está en sacarle jugo a la fortuna cuando llega. Después del triunfo en el clásico Almirón declaró (con buen tino) que había mucho para mejorar, que sólo se había conseguido un resultado pero que el equipo estaba lejos de jugar a lo que él y la mayoría de nosotros quiere que juegue Independiente. El problema es que hace rato estoy asistiendo a una versión de Almirón que declara una cosa y hace otra. Seis días más tarde y con aquella sentencia, lo único que cambió fue la salida obligada de Escudero. El resto, todo igual. En nombres y en esquema. Y en el primer tiempo se dio la lógica: Independiente jugó muy mal, generó solo una situación de gol y fue ampliamente superado por un Banfield que se cansó de desbordarlo por el lado de Villalba. Droopy Gómez hizo su mejor aporte logrando la expulsión de Prichoda pero sigue sin hacer méritos como para que Almirón lo siga poniendo de titular todas las semanas. Lucero (que se cansó de hacer goles en Defensa jugando de nueve) volvió a jugar muy lejos del área y se nota que no es ahí donde puede dar lo mejor que tiene. Lo que tal vez debió haber hecho en la semana, lo hizo en el entretiempo. ¿Para qué regalar ese tiempo tan valioso? Si con el espantoso segundo tiempo ante Racing ya se veía que el equipo pedía a gritos el ingreso de varios jugadores que hace tiempo ven los partidos desde afuera. Pudo haber sido tarde para cambiar, pero la suerte nos volvió a abrazar y los cambios dieron frutos muy rápido. Tuvimos más la pelota, hubo más juego y desborde y así llegaron los goles. El de Lucero (muy mal anulado por más que la televisión nunca se haya enterado) y el de Mancuello (¡qué momento, Mancu!) después de un delicioso pase de Pisano que no debe salir más de este equipo. Tras conseguir la ventaja volvieron viejos errores: extrañamente nos metimos atrás, nos costó manejar la pelota y Banfield a fuerza de centros y pelotazos frontales puso en riesgo la victoria. Había espacios para el contragolpe que no se supieron aprovechar y se sufrió otra vez hasta el final. Además del momento de Mancuello, que al sacrificio de siempre ahora le aporta una cuota goleadora y determinante, rescato la aparición del alemán Breitenbruch. Duro en la marca y con mucho criterio para soltarse. Los técnicos hablan con sus equipos jugando en la cancha. Cuando afuera se habla una cosa y después adentro se ve otra, hay algo que no está funcionando. Poco quedó de aquel Independiente que prometió Almirón desde sus declaraciones y que solo vimos frente a Belgrano y Rafaela. Hoy la suerte y los resultados nos maquillan un equipo alejado de aquella identidad y esa propuesta inicial. Parece que vino la buena y si queremos que se quede tenemos que ayudarla. Aprovechemos la suerte y la tranquilidad que dieron estos resultados para consolidar de una vez un juego que nos permita no depender siempre de la diosa fortuna que suele ser bastante histérica y muy poco fiel.