cielo puede esperar

cielo puede esperar

El cielo puede esperar

Por: Román Failache
22 de febrero de 2018

¿Qué tan banal es el hecho de querer amagar a la derrota enarbolando que uno "ama" a su club? Esconder toda esa frustración detrás de un simple "no importa, (club x), yo te amo igual sin importar los resultados". Es de manual, ficcional, absurdo, una falacia tan irrelevante que no encuentra sostén para establecerse. Al fin y al cabo, sabrán, el fútbol se trata de resultados y son ellos los que determinan el andar histórico. "Del segundo nadie se acuerda", dijo una vez Diego Simeone después de perder la Champions League a manos del Real Madrid. Las estadísticas contra las formas, una vez más, llevado a un extremo. Pero Independiente fue, anoche, un nuevo capítulo de esta vereda opuesta que, al menos yo, elijo para transitar en todo camino de vida que se me cruce: el del esfuerzo y sacrificio como medio para el fin. Legamos esta herencia en bondad de gente que nos educó con estos valores, los de no rendirse nunca y pelearla hasta el final; al fin y al cabo, Independiente siempre fue eso. Era priorizar el cómo para llegar al qué; era darle importancia al durante y no solamente al objetivo; era la valentía, la guapeza en la disputa; era perecer siempre y cuando no quedara otra alternativa posible. Fuimos esto durante mucho tiempo, aunque tuvimos un rato largo donde nos habíamos olvidado realmente quiénes éramos. Por suerte, esa jaqueca ya pasó y recobramos la memoria, y ayer Gremio nos eliminó -porque no nos ganó- en condiciones límites. Estos guerreros -porque no les cabe otro sustantivo- dieron todo y más. Lucharon como lo ameritaba esta batalla y no la perdieron. Se enfrentaron en desigualdad de condiciones -injustamente, para quien suscribe- y así y todo no pudieron con este gigante. Tuvieron que recurrir a "la tecnología", como si se tratara de un poder divino y solvente cuando en realidad es un producto ineficiente y subjetivo que se aplica vaya uno a saber cuándo, para sacarle fuerzas a este coloso, pero no pudieron. Debieron dirimir la serie de 210 minutos, en el que un club jugó con un tipo de más durante 140, en el azar mismo de los penales, algo tan insalubre para el espectador como nocivo para los jugadores. La bronca, indudablemente, pasa por ahí: ¿Qué hubiera ocurrido en un duelo justo de fútbol? ¿Habría Gremio aguantado la intensidad de Independiente de local en un mano a mano de 11 vs 11? ¿Qué, quién y cuándo se aplica el VAR? ¿Realmente sirve para interceptar intenciones y manifestaciones de los jugadores si se ven cámara lenta y descontextualizadas de la acción completa, o debiera limitarse al hecho de reducir jugadas de offside y gol/no gol, donde el reglamento sí ampara validez? Van a jugar un Mundial con esto, ¿eh? ¿En serio están preparados? Poco hay para hablar de fútbol. Independiente tuvo unos 30 minutos donde fue muy superior de local y 35 para el olvido en Brasil. Es por eso que elijo quedarme con la furia de Nico Domingo, un león que se devoró la mitad de la cancha y sudó la camiseta roja como ningún otro; con la actitud de Alan Franco, quien levantó su nivel después de un comienzo no tan bueno en Brasil; con las aptitudes de Martín Campaña, lejos el mejor arquero del fútbol argentino y quien volvió a demostrarlo; con la pesadumbre con la que carga Benítez, alguien a quien el destino lo condenó a quedar siempre en la página húmeda, pero que al igual que el resto dejó la vida en la cancha; y con la intensidad del equipo, que jamás bajó la guardia pese a las adversidades y relegó la posibilidad de darse por muerto antes de tiempo. El Rojo nos volvió a deslumbrar. El año pasado lo hizo con su juego, pero en este, en el que el comienzo no se presentaba tan auspicioso y un título nos gambeteó y esquivó, dio muestras de su coraje. Esto es lo que quiero ver siempre en Independiente, un equipo que tire para el mismo lado, que tenga objetivos comunes y horizontes diáfanos. Exhibió pruebas de que tiene impregnado el gen con aquellos valores de los que el equipo se vanaglorió históricamente, y fue decoroso a la hora de competir. Bramó, rugió, luchó, murió de pie y reconoció la superioridad ajena, todo lo que espero de una institución que no puede consagrarse. Un real orgullo nacional, que debió ser sacudido para asumirse derrotado. Hay motivos de sobra por los que esperanzarse de cara al futuro. El cielo puede esperar. La senda, sin embargo, es larga. El 2018 recién arranca. Ya verán, todos aquellos que se ponen enfrente, lo que significa presentarle guerra a estos pibes, un terreno en el que, aseguro, más de uno no quiere entrar. Cada quien que ingresa al equipo sabe lo que tiene que hacer y eso habla de la situación actual. La Recopa ya quedó atrás y la decimoctava todavía no se nos dio, pero no es poca cosa lo logrado hasta ahora. Esta vez, muy lejos de aquella frase banal, sí puedo decir que estoy representado por mi equipo y que me satisface verlo competir. Que no tengo recriminación alguna y que hasta me emocioné con la entrega, con sus formas frente a la derrota. Esta vez, no puedo exigirle nada más a nadie.
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