el dia de la marmota

el dia de la marmota

El día de la marmota

Por: Juan Manuel Colomer
4 de mayo de 2015

De un tiempo a esta parte, con Independiente, me siento como Bill Murray en “El día de la marmota”. Aquella gran película de Harold Ramis en donde un meteorólogo misteriosa e inexplicablemente debía vivir todos los días el mismo día, una y otra vez. Es que este empate ante Banfield se parece tanto a otros empates (e incluso derrotas) que ya me parece estar viendo el mismo partido una y otra vez. No puedo siquiera permitirme disfrutar de los buenos momentos de fútbol del equipo, de las situaciones de gol que genera y hasta de la buena factura de los goles que convierte porque, lamentablemente, ya conozco el final. Siempre llegará alguna jugada (preferentemente de pelota parada) en donde uno o varios de los nuestros perderán la marca, llegarán tarde al cierre y el gol del rival de turno será inevitable. Tan inevitable como pretender que, por alguna razón, Independiente pueda reponerse a ese golpe y cambiar el rumbo de la historia. Pero no. Acá si hay algo que no abunda, son los finales felices. Así estamos hoy. Repitiéndonos como ayer y como lo haremos mañana también. Otra vez viviremos una semana en donde el entrenador deberá afrontar las mismas preguntas sobre su futuro en caso de no conseguir una victoria el próximo domingo. Si, aquellas que ya recibió la semana pasada, y la otra, y la otra también. Almirón, a mi gusto al menos, puso en cancha lo mejor que tiene disponible hoy. Armó el equipo que en nombres armaría la mayoría de los hinchas. Los jugadores se comprometieron a respaldarlo adentro de la cancha y jugaron un primer tiempo en gran nivel aunque cometiendo el peor de los pecados que se puede cometer en el fútbol: no convertir las situaciones de gol que se generan. Independiente, una vez más, debió haberse ido al descanso ganando por tres goles y solo logró concretar una sola de las innumerables chances que tuvo para cerrar el primer tiempo con una ventaja mayor. Después, la historia de siempre: el viejo axioma del fútbol sobre los goles que se erran en un arco y se sufren en el propio, el golpe del empate y a no levantarse nunca más. Con este Independiente, y con tan solo una jugada que sirve como ejemplo, pasamos de ilusionarnos a darnos la cabeza de frente contra la realidad. Allí radica esa sensación de que estamos para más y de que tenemos menos de lo que deberíamos tener. Porque cuando se gesta el ataque empieza la ilusión. Y ahí inflamos el pecho ante la secuencia de toques y volumen de juego, y sacamos cuentas para ver a cuanto estamos de los punteros. Pero llega la hora de la resolución y aparece el realismo en su expresión más cruda. Jugadores tomando malas decisiones en el último pase, definiendo deficientemente o pecando de egoístas en lugar de priorizar al compañero mejor ubicado y ahí la explicación de porqué estamos como y donde estamos. Tal vez sea mejor que ni siquiera nos ilusionen. Que en ningún momento nos hubieran dado ninguna muestra para creer que estos jugadores pueden jugar el fútbol de alto nivel que jugaron en varios partidos o al menos en pasajes de varios encuentros. Darnos cuenta de que los millones que se gastaron en el mercado de pases no son sinónimo de calidad. Porque la explicación de que Benitez y Pizzini sean parte del “mejor equipo posible hoy” la podemos encontrar en que la mayoría de los refuerzos que llegaron este año fueron solo relleno. Cantidad y no calidad. A Independiente llegaron jugadores como Valencia y Graciani siendo suplentes en Rosario Central y Estudiantes de La Plata. Esas situaciones también me hacen pensar que estoy viviendo una y otra vez el mismo día. Una y otra vez cometiendo los mismos errores y, lo que es peor, sin aprender jamás. Lamentablemente el ciclo Almirón (que todavía no cumplió un año de trabajo) pende de un hilo porque debe afrontar dos partidos decisivos con un plantel que ya dio sobradas muestras de no estar capacitado para responder en semejantes situaciones. Los jugadores quieren respaldar al técnico, no tengo dudas. El problema es que chocan contra sus propias limitaciones mentales y futbolísticas. Repitiendo los mismos errores una y otra vez. Y es ahí, donde perdemos todos. Aún sin merecerlo.
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