Cuando Andre Agassi ganó su primer torneo Grand Slam, en Wimbledon, su alegría no le duró más que unas pocas horas. Se sentía indiferente, igual que siempre, pero con un trofeo más. El mismo caso le ocurrió después de vencer a Pete Sampras en la final de Key Biscayne, tras alcanzar la primera posición del mundo en el ranking ATP y desplazar a su compatriota luego de 82 semanas consecutivas en ese puesto. Agassi no disfrutó nada. "Las victorias no nos hacen sentir tan bien como mal nos hacen sentir las derrotas, y las buenas sensaciones no duran tanto como las malas", confiesa en
Open: Memorias, su brillante autobiografía. La constante búsqueda de la perfección que su padre le incentivó a encontrar desde que era apenas un chico lo convirtieron en el tan obsesivo pero perfeccionista jugador que fue, y alcanzar la cima mundial le llevó, tan solo, 25 años.
Nosotros, los independentistas de ley, hemos pasado por algo parecido. Siempre nos supimos los mejores -la humildad no es algo que nos caracterizó después de haber dejado atrás tantas hazañas-, y fue así como fundamos nuestro nicho. Nos acostumbramos a ganar todo lo que jugábamos y fue, de esa manera, que nos conocieron por nuestro tan glorioso mote: Rey de Copas. Claro, durante mucho tiempo, también, nos dormimos en los laureles y otorgamos demasiada ventaja. Sin embargo, nos reinventamos de la mano de un tipo perfeccionista, de un ambicioso del laburo que, además, nos pertenece ideológica y sentimentalmente.
Alguien que nos devolvió el sentido de pertenencia y que, en 20 meses de trabajo, nos puso en la cima de nuevo.
Ariel Holan es el responsable de todo este monstruo. Es quien recibió un club que flotaba en la mediocridad y un equipo acostumbrado a oscilar lejos de los puestos protagónicos, y lo reconvirtió. No le tembló el pulso para depurar y seleccionar su plantel, se reforzó con pibes de las inferiores, los potenció inculcándoles la idea de juego histórica del club, generó millonarios ingresos a partir de sus ventas, y ubicó a Independiente en boca de todos otra vez. Salió campeón con lo que tenía y después, estabilizada la situación económica, armó un conjunto de calidad. Un activo enorme, el cual años atrás solo imaginábamos como una utopía entre gallos y medianoches.
Hoy podemos hablar de que Independiente tiene con qué ilusionarse. Es competitivo por sus formas y por su riqueza en materia prima. El que no pone, no juega, y esa es otra de las máximas a las que este técnico nos acostumbró en este período, tras años de haber padecido equipos que se daban por muertos a los 70 minutos. Y desde los nombres, algo que no pasaba hace tiempo: hay recambio. Mirar a los once que salieron a la cancha en Japón daba gusto, pero leer el banco y ver opciones se había transformado en algo inusual.
A que no saben a quién se le debe eso.
“Más allá de los resultados puntuales, es fundamental ver un equipo en el que son todos de Independiente, ver que los predios son de primer nivel y que el club siga creciendo. A eso le doy más valor que a las copas, porque si la base está sólida, las copas vendrán este año o el que viene“, declaró Ariel tras salir campeón. El Profesor no se vanagloria de sus éxitos ni detiene su búsqueda. Está un paso adelante del goce y persigue un horizonte marcado. Como Agassi, no se permite pisar el freno y relajarse. Sabe que eso ya nos ocurrió. Parafraseándolo, "les dimos 30 años de ventaja".
Pero hoy estamos de vuelta. Resurgimos. Y todavía falta lo mejor.
Por @rffailache