lo bueno se hace esperar
lo bueno se hace esperar
Lo bueno se hace esperar
01/09/2014
Por: Walter Linovich
1 de septiembre de 2014
No fue una semana fácil. La ansiedad nos carcomió a más de uno la cabeza toda la semana. Si bien no fui yo a hacer la fila, para mí fue agonizante esperar la noticia de si habíamos conseguido o no los bonos junto a mis amigos, porque de ninguna manera queríamos quedarnos afuera de la gran fiesta en estadio Libertadores de América. Negocié el cambio de un almuerzo familiar que tenía programado ayer domingo al mediodía para convertirlo en una cena a la noche, algo que algunos supieron entender y otros no tanto. Por otro lado, el domingo a la madrugada fue imposible dormir ante la inminente llegada del clásico.
Me levanté temprano, me tomé un café y me fui para la casa de Marcos, mi amigo y compañero de cancha, que tenía los bonos, los carnets y el auto listos para partir al estadio. Llegando a Avellaneda pudimos apreciar la marea roja, el tufillo a Choripán, las banderas, los cantos…en fin, la alegría que todos conocemos en el barrio.
De pronto, ocurrió lo peor. En el “cacheo” policial, Marcos saca los carnets de su billetera…pero el mío no estaba! Me agarré la cabeza no queriendo creer lo que estaba pasando. Al principio lo tomé como un chiste picante, pero no era así, la pesadilla era una realidad. Lo tomamos con calma y nos dirigimos hacia la platea. Pero al intentar pasar el encargado de seguridad no nos dejó por cuestiones obvias, así que la agonía recién comenzaba.
Tuve que pasar por tres cacheos policiales, en los cuales me preguntaron una y otra vez por qué no tenía entrada, hasta llegar al complejo de tenis del club. Llego a la secretaría, me dicen que no podían imprimirme ningún comprobante de socio y cuota al día, solo atinaron a decirme tres palabras que no hicieron más que ponerme nervioso: “Lo siento mucho”.
“Agua y ajo” dice el dicho. Pero no, yo no me iba a rendir tan fácil. Volví a pasar por los tres cacheos de la federal y en el camino estaban los que me querían vender la entrada a platea al precio de un palco para una final del mundo. Retorné al ingreso a las plateas junto a Marcos que no hacía más que pedirme disculpas por el percance y en eso, al momento de ingresar, uno de los supervisores que me había visto con el bono en la mano pero sin carnet la primera vuelta, se hizo el sota y me hizo la seña de que pase tranquilo.
Caminamos rápido hasta llegar a una de las gargantas del diablo, nos sentamos y no importó nada más. Ya estaba adentro, lo peor había pasado. Con la fe intacta me dediqué a relajarme y disfrutar de la hermosa vista del estadio, las banderas, el clima, los cantos, el color rojo por todas partes. Mi calma fue tal, que el gol de Racing me lo tomé con paciencia y me dije a mí mismo: “Manda la historia, a esto los damos vuelta seguro”. Y llegó el gol del empate, nos miramos con Marcos y nos desahogamos con un grito eufórico ante el mal trago vivido hace minutos afuera del estadio. Al minuto llegó el segundo y estalló la alegría, todo era una verdadera fiesta.
En rasgos generales ocurrió lo que todos sabemos. El arbitraje fue malo, tanto para ellos como para nosotros y no se jugó nada bien. Pero el tema emblemático es el siguiente: se ganó con la camiseta. Cada vez estoy más convencido de que los de Racing ven una camiseta roja y sufren. Sufren las cargadas, los cantos y la presión. No solo los jugadores sino también los dirigentes que rompieron las cabinas y los periodistas partidarios de la academia que de manera infantil inventaron cosas que no ocurrieron dentro de la cancha para excusarse de la derrota.
Dicen que lo bueno se hace esperar y comprobé que es cierto, costó volver a primera, costó conseguir entrada, costó entrar a la cancha pero que lindo que fue disfrutar una vez más de la victoria, que espectacular estuvo la cena en familia, como la disfruté. Y por sobre todas las cosas que pasaron, pasan y pasarán:
Qué lindo que es ser hincha de Independiente!