Minuto 32 del primer tiempo. El Toro Rodríguez (que está haciendo un partido bárbaro) corta el juego de Belgrano, avanza en campo rival y toca para Valencia. El colombiano rebota mal hacia atrás para Pisano que no puede controlar bien y genera el contragolpe Pirata. Ese fue el momento exacto en donde Independiente, dominador claro en el juego y el resultado, se fue del partido para siempre. Hasta ese minuto fatídico habíamos hecho el trabajo más difícil: reducir a un equipo mañero y complicado como Belgrano a la mínima potencia. Sin molestar demasiado a Olave, se jugaba en campo rival, anticipábamos, teníamos la pelota, había mucha movilidad e intensidad y muy buenos circuitos de juego. Lamentablemente faltó sintonía fina en el último toque. Pisano habilitó a Papa con un pase punzante que lo dejó de cara al gol pero el muy mal control del ex Vélez y el quedar perfilado para su pierna menos hábil, hizo que tuviera que tocar para Valenciaque se encargó de terminar mal una jugada clara para ponerse en ventaja. También tuvo una Albertengo que, tras un mal rechazo de la defensa de Belgrano, quedó solo en el punto del penal para definir y eligió dar el pase atrás otra vez para el colombiano, que no la esperaba y fue anticipado por Lema que logró despejarla. Con el momento que tiene el ex Rafaela debió haber dominado la pelota y terminar la jugada él. Tuvo un peligroso exceso de generosidad. El golazo de Mancu de tiro libre parecía que llegaba para hacer definitivamente más fácil el desarrollo de un partido que hasta ahí tenía solo un equipo en la cancha y vestía todo de rojo. Pero en el minuto 32, a la fiesta que estábamos empezando a armar, cayó la invitada menos pensada: la irregularidad. Y con ella, la ciclotimia, el nerviosismo y la fragilidad. Aparecieron los errores y apareció también el hambre voraz de Belgrano, que huele sangre y los aprovecha. De un lateral y un mal rechazo llegó el empate de un equipo que casi no había pateado al arco. Todo lo que había construido de gran manera Independiente en 32 minutos se cayó como un castillo de naipes. No hubo más juego en equipo y todo se redujo a los aportes individuales, que fueron muy escasos. Es que lo mejor del equipo de Almirón se ve cuando juega el equipo y no cuando tiene que depender únicamente de sus individualidades. El segundo tiempo llegó para confirmar todas las dudas con las que nos fuimos al descanso. Belgrano jugó con el apuro y la desesperación de Independiente que ya no tuvo ideas ni juego colectivo y tuvo un complemento muy alejado del buen nivel mostrado en los primeros 30, en Rosario y en Quilmes. Otro error en defensa le permitió al equipo cordobés generar el penal con el que en definitiva ganaría el partido. Nos quedamos con bronca porque cuando el equipo aparece y juega es muy superior a los rivales. Le falta convertir goles en esos momentos en los que es amplio dominador para no sufrir tanto cuando aparezca la merma lógica en el rendimiento. Y necesita sacarse de encima el karma que arrastra del año pasado de ser un equipo tan irregular, con tantos estados de ánimo entre partidos o incluso dentro de un mismo encuentro. La derrota de ayer confirma que Valencia no puede ser titular en este equipo. Es contraproducente para las intenciones de Almirón de tener un equipo veloz y dinámico. El colombiano es lento, no puede dominar nunca la pelota en un tiempo y muchas veces termina interrumpiendo el buen circuito de juego que se genera entre los volantes y los de arriba. Una oportunidad para Riaño y la vuelta de Pizzini pueden ser dos buenas variantes para la ofensiva. Duele perder y más duele cuando se pierde dejando la imagen que dejó el equipo en el segundo tiempo. Alejado de cualquier convicción y de la identidad que se pretende. Es clave poder encontrar regularidad. Encontrarla incluso entre los partidos de visitante y los partidos de local. Jugar en casa tiene que ser una ventaja y no un problema. A recuperar rápido la cabeza y la memoria para viajar a Santa Fe y que no nos mate la irregularidad.