A ver, ante todo: yo en la cancha vi lo mismo que vos, eh. Lo mismo que ellos, te juro, también vieron y saben. Almirón y los jugadores, digo. Por eso despreocupate. Yo me fui igual de mal que vos y ellos se fueron igual de mal que vos. Pero, te digo, me puso menos triste lo que pasó en el pasto, que lo que pasó alrededor. No voy a hablar ahora del partido porque de lo que pasó (y de lo que no pasó) en la cancha ya hablamos todos y, sobre todo, HABLARON todos. Quiero decir algo sobre lo que pasó alrededor del partido. Un alrededor que empieza cuando salí de mi casa, el domingo, y a las dos cuadras una mina; desde algún edificio, escondida, por supuesto; me vio la camiseta y me gritó AMARGA RESENTIDA. Más tarde, ya en el colectivo, me pongo a hablar con un chabón que venía de Azul a encontrarse con gente de la peña de allá para ir al LDA. Emocionadísimo. Me enteré del encuentro de peñas. Me enteré de que iba a estar lleno de gente que venía desde pueblos de cerca y desde provincias de lejos. Desde todo el país. Me di cuenta de que esta no era una fecha más. Me encontré, también en el colectivo, un señor divino, de unos 85 años, que caminaba despacio pero hablaba rápido. También iba a ver al Rojo. Me contó, igual que hacía mi abuelo, igual que hacen todos nuestros abuelos, todo eso que él había visto, cuando era chico, en la Doble Visera. Todas esas cosas que yo sigo esperando. Le pregunté a él, uno que vio TODO, qué sentía ahora yendo a ver esto que somos. No me respondió nada sobre cómo se juega hoy. Me dijo: vos tenés que ir a la cancha a alentar a los jugadores. Ya en Avellaneda, en la alfombra roja de Alsina, pero también después, adentro del LDA, vi muchas camisetas con el 23. Todas estaban ahí diciendo algo, representando algo. Me pareció bien. Y también vi muchos, muchísimos más que el año pasado, nenes con la 11. Desde el Kun que no veía tantos nenes con una misma camiseta. Eso también estaba diciendo, representando, algo. Y me pareció más que bien, me pareció lindísimo. Vi, como siempre veo, antes de llegar a casa, la casa de los vecinos. Tan prolijita, tan bien pintadita. Boludeces en las que uno se fija. Entré al LDA y traté de buscar qué tenía de distinto desde la última vez. Vi en la pantalla la comunicación sobre las obras que se están haciendo. Pensé eso de que "el pasto del vecino siempre es más verde". Miré el pasto del LDA. Pensé: bueno, su pasto no es más verde que este, pero sus paredes están mejor pintadas. Pensé: tranquila, nos estamos haciendo de nuevo. Vi, también antes de entrar, a los nenes del fútbol infantil en la puerta con la copa que habían ganado apoyada en el cordón de la vereda. Esperando, sin molestar. Y los vi después, ya adentro, protagonistas, dando la vuelta a la cancha, con la copa arriba y con toda la gente parándose a aplaudirlos. Me emocionó el aplauso y me emocionó esa velocidad con la que daban la vuelta. Despacito, para cargarse bien el aliento. Porque se están haciendo. Vi, en el entretiempo, que le entregaban una distinción a alguien pero no entendí a quién. Porque la voz del estadio no se escucha, y porque el malestar general del entretiempo se estaba escuchando demasiado. Vi que ese al que le daban la distinción se besaba el escudo de la camiseta. Vi después, esa noche en los medios, que ese era Sacheri, y me puse mal por no haberme dado cuenta, porque hubiera querido pararme y aplaudirlo de verdad. Porque gran parte del "nos estamos haciendo de nuevo", es reescribirnos. Y para eso, así como se necesita gente que sepa jugar, se necesita gente que sepa escribir. Y a uno que escribe sin miedo sobre lo que pasa en su corazón cuando no está todo bien, se lo aplaude y se lo sigue. Y vi, durante el partido, poco movimiento. En la gente, digo. Pero escuché, eso sí, de todo. Muchísimo ruido. Vi que todas las veces, las infinitas veces, que Beligoy frenaba el partido por alguna falta pelotuda, los jugadores de Sarmiento se acercaban al banco a escuchar a Lippi. Y vi que Almirón no, que estaba escondido adentro del banco. Y me molestó. Pero después vi, en los medios, que si Almirón sacaba la cabeza y quería hablar, gritar a los nuestros, no podía. Porque la gente alrededor gritaba más fuerte. Pensé: la voz del estadio no se escucha nada. El malestar se escucha demasiado. Pensé: no puede ser que jugando en otro lado el equipo pueda laburar más cómodo que jugando en casa. Pensé: hoy estamos todos, hoy están hasta los de lejos, hoy vinimos todos, y estamos siendo ESTO. Pensé en lo que me gritó la mina a dos cuadras de mi casa. Pensé: no somos eso que dicen, no seamos eso que dicen. Vi todos los programas del domingo y todos los programas del lunes. Vi que a los medios les importa más hacer hablar a los hinchas de la camiseta con el 23 que los hinchas de la camiseta con el 11. Vi a Mancu hablar ni bien terminó el partido, con los silbidos de fondo. Vi como el conventillero ese le preguntó si les pesaban los silbidos de la cancha y si le parecía que eran por el Rolfi. Vi como Mancu, al que seguro que sí, por supuesto que sí, que le pesaban los silbidos, cambió su mirada, siempre inquieta, miró al conventillero a la cara y le dijo: "¿son para el réferi, no ves que silban al réferi?". Con acento de Santa Fe. Con fe. Volví a casa y, otra vez, cosa e mandinga, ni bien bajo del colectivo me encuentro a una amiga hincha de los vecinos. "Qué ojete", me dijo. Y estuve tentada a decirle "y sí, somos medio un desastre, todavía, qué vamos a hacer". Pero claro que no. La jodí con Olimpo, qué se yo qué le dije. La pelié con lo que no tenía, pero la pelié, porque al final del día, triste y todo como podía estar, ante uno de ellos, lo primero que voy a hacer es defendernos. Porque NO SOMOS ESO QUE DICEN, ASÍ QUE NO SEAMOS ESO QUE DICEN. De los vecinos, aprendí todo lo que nunca quiero ser. No pienso gritar barbaridades en una segunda fecha. No sea cosa que salgamos campeones y después tenga que salir a pedir perdón. Mucho menos, por favor, en un torneo de 30 partidos. No pienso ser como ellos, que les resulta familiar la bronca y la impotencia cuando están en la cancha porque son iguales afuera, en la vida, cuando lsi les decís que empataron de ojete no tienen problemas en decir "y sí, somos un desastre". No me pienso convertir en eso. Yo soy de Independiente desde que me levanto, cuando voy a trabajar cada lunes y me hablan del Rojo en el laburo, cuando me gritan amarga resentida en la calle y cuando decido no ser ni amarga ni resentida en la cancha. Si puteo tanto, así, en una segunda fecha, descargo toda la responsabilidad en los jugadores. Independiente también soy yo. Yo entiendo por qué gritás lo que gritás. Yo también estoy ansiosa. Yo nomás te digo que acá hay una cosa que trasciende a lo que pasa en el pasto de la cancha y es porqué vas vos a la cancha. Nos estamos haciendo de nuevo. Vos estás pidiendo que juguemos como antes, como cuando le ganábamos a los gigantes de Europa. Y es totalmente aceptable. Pero yo conozco un tipo de 85 años que vio todo eso y me pidió que aliente ahora igual, así como están las cosas. Que eso es lo que hay que hacer. Me ordenó A MI lo que yo le canto todos los fines de semana al equipo: "no te tenés que olvidar que esto es Independiente". Todo bien, qué se yo. Son aspiraciones, yo también las tengo. Vos pedís que el equipo juegue como el Bayer Munich. Yo pido que la hinchada aliente como la del Dortmund.