tan cerca y tan lejos
Por: Román Failache
1 de septiembre de 2015
En una noche desairada, Independiente se quedó de nuevo con las manos vacías. Quizás la suerte no haya estado de este lado en la que se come Trejo, en el cabezazo que pifia Benítez o en la pelota que pega en la rodilla y luego en el brazo de Toledo. Por momentos, hubo sensaciones encontradas en las miradas de los hinchas que pensaron que se ganaba. Sin embargo, faltaron los cinco para el peso de siempre, que tiene nombre propio y se llama mentalidad ganadora. Y, paradójicamente, en el banco de al lado se sentó un tipo de la casa, que bien sabe acerca de lo que ese valor significa.
Independiente jugó bien el domingo. Salió a la cancha con una actitud completamente renovada, dispuesto a desplegar fútbol. Por momentos, mostró asociaciones más que interesantes. El Cebolla generó vida en la espalda de Jara y lo complicó durante todo el partido, en sintonía con las corajeadas de Tagliafico; Toledo, que si no fuera por el penal habría redondeado uno de sus mejores partidos, pasó al ataque y desbordó en varias ocasiones; Méndez se mostró como opción de descargue y triangulación durante los 90 minutos, y se hizo cargo de la creación del juego, distribuyendo y hasta sirviendo a los delanteros; Cuesta volvió a ser ese pilar en la defensa que tanto necesita este equipo, con la solidez que mostró el año pasado.
Sin embargo, todo este castillo de arena se derrumba en los últimos 10 minutos: nadie se hizo cargo de agarrar la pelota cuando más quemaba. Cada jugada concluía en un pase a Pisano -a quien cada vez se le agregan más diminutivos a su apellido- y éste la rifaba enviando pelotazos al vacío, cuando estaba todo dado para abrir el juego y llegar al fondo. Realmente, no entiendo cómo no se le da una posibilidad a Christian Ortiz, el chico de la reserva. Inexplicablemente, el equipo terminó el partido tocando en la mitad de la cancha, con todo Estudiantes metido en el área aguardando por un pelotazo que jamás llegaría. El miedo a hacerse cargo quedó expuesto.
A pesar de ésto, en líneas generales, es notoria la mejora del equipo en relación al partido con Defensa, en el cual se ganó pero Independiente decepcionó con su juego. Seguramente, jugando de esta manera se logren más triunfos que derrotas. Lo que hay que trabajar es la paciencia. El hincha de hoy no entiende de procesos; quiere todo ya. Putea a Trejo, Vitale, jugadores que entre los dos suman 12 y 7 partidos jugados en Primera, respectivamente. La histeria generalizada nos va a consumir.
Más que nunca se implora por la vuelta de Mancuello, por la del Torito. El pedido, impulsado por la aguerrida ilusión de que esta falta de mentalidad se pueda revertir con sus inclusiones, responde a una necesidad. Independiente vuelve a requerir de un caudillo. Uno de esos que volvió para intentar dar una mano cuando los fierros ardían, pero que su maldita rodilla se lo imposibilitó, y no conforme con esto se metió en el club a ayudar a los pibes, a transmitirles esa mentalidad ganadora tan ausente. Uno de esos que metió plata de su bolsillo para construir mejores instalaciones para los chicos, y que lo dejamos ir por la puerta de atrás cargándole presiones, desarmando su equipo de trabajo e influyendo en la elección de sus jugadores en el plantel de la Reserva. Uno de esos que en la cancha imponía presencia y sobresalía por su coraje, su valentía. El domingo lo tuvimos cerca. Ojalá su impronta en el Libertadores haya contagiado para sanear esta carencia.
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