Llamamos tregua al cese de hostilidades por un tiempo determinado entre enemigos que tienen pendiente una guerra, sin que eso signifique que la misma quede finalizada. Anoche, dando vueltas en la cama, pensaba que Independiente necesita una tregua. Y que cada uno desde su lugar puede aportar algo para que eso sea posible. Una tregua en pos de lo único que debería unirnos en medio de tantas diferencias: ascender. Volver a Primera es seguramente en lo único que vamos a estar de acuerdo todos y cada uno de los que habitamos el Mundo Independiente. Habrá quien critique a Cantero y estará aquel que lo defienda. Están los que todavía no pueden asumir y superar el dolor del descenso, y están aquellos que ya hicieron su duelo. Vemos a los que no gritan los goles en la B y también a los que se quedaron sin voz gritando el de Vidal desde mitad de cancha en Paraná. Habrá exigentes inconformistas a cualquier costa y habrá también conformistas aplaudiendo laterales. Son innumerables las diferencias que tenemos. Algunas son saludables, otras no tanto. Pero ahí están, dividiéndonos. Haciéndonos poner las energías donde no debemos. Desviando la atención del único lugar donde debería estar puesta: el ascenso. Para que no haya malos entendidos, desde estás líneas no pretendo impulsar el “hay que alentar y aplaudir cualquier cosa” o el “en las malas mucho más” o cualquier frase parecida. No me importa y nunca me importó si una hinchada cantaba aún con su equipo perdiendo o si había o no fiesta en las tribunas. Mucho menos cuando esas fiestas eran impulsadas por gente que usa mis colores para delinquir o matar en nombre de mi equipo. Mientras seguía dando vueltas en el colchón pensaba que necesitamos un poco de paz. Un marco de tranquilidad en donde las cosas no se nos vuelvan más difíciles de lo que ya son. Pensaba en los jugadores que no nos gustan, los que nos gustan y no están rindiendo, los que creemos que no deberían jugar y los que si. Y ahí tenemos más diferencias para sumar a la lista enumerada anteriormente. Y llegué a una conclusión: nos gusten o no, son estos los jugadores encargados de cumplir aquello que todos queremos. No hay otros. En mi caso, no estoy de acuerdo con muchas decisiones de Omar De Felippe, pero es el capitán al mando de este barco en el que estamos todos. Y en medio de la tormenta lo único que me queda es confiar en él, creer en las decisiones que tome y ayudarlo desde donde pueda a llevar a la nave a buen puerto. Es eso o el naufragio. Y no se ustedes pero yo siento que hace bastante estamos naufragando. Es hora de llegar a tierra firme. En definitiva, somos hinchas de Independiente y no de los jugadores, dirigentes o técnicos. Debería ponernos felices que nos salgan las cosas de buena manera más allá de si es producto de un jugador que no nos gusta o un dirigente con el que no estamos de acuerdo o de un técnico que usa tácticas que no compartimos. Lo peor que nos puede pasar es la autodestrucción. Y eso es un deporte que venimos practicando frecuentemente en el último tiempo. Estoy cansado de escuchar que nuestro peor rival somos nosotros mismos. Este barco necesita que le saquemos agua de adentro y no que sigamos tirándole baldes y baldes. Tenemos que darnos cuenta que estamos todos acá arriba y que hoy lo único que debería importarnos es llegar a destino antes de que el barco se hunda. Porque tengo una mala noticia para darles: si el barco se hunde, nos hundimos nosotros también. No podemos hostigar a un jugador propio (mucho menos a Montenegro) porque las cosas no le salen. Ese peso tiene que caer sobre el 10 rival, no sobre los nuestros. Cuando a uno de los nuestros no le salgan las cosas hay que darle fuerzas para que vuelva a intentarlo. Sostenerlo, no empujarlo al abismo. De alguna manera nos estamos empujando al vacío a nosotros mismos. Reconozco que la bronca, el dolor, la impaciencia muchas veces me llevan a caer en el insulto o el acoso cuando las cosas no salen. Pero hago un llamado a evitarlo empezando por mí, claro, para dar el ejemplo. La tregua tiene que servir para despertar ese instinto de supervivencia. Tenemos que sobrevivir a lo que nos pasó. Siendo optimistas, nos quedan 14 partidos en esta categoría. Eso no va a cambiar. A mi también me gana la ansiedad y quiero que todo pase más rápido, que sea más fácil y menos traumático. Pero me di cuenta que eso es contraproducente. La ansiedad por irnos de acá puede hacernos dar más pasos en falsos que los que ya dimos y los 14 partidos pueden transformarse en 56, y no creo estar preparado para semejante odisea. Pensemos en la tregua cuando el equipo no juegue como nos gustaría. Acordémonos de la tregua cuando le toque ser titular a ese jugador que no nos gusta mucho. Tregua cuando De Felippe haga un cambio que no compartamos. Tregua cuando nos de bronca estar sufriendo mientras vemos en un celular el final de Atlético Tucumán contra Brown de Adrogué. Hay que pasar este momento. Hay que trascenderlo. No hay otra. Y así cada vez nos va a quedar menos en este infierno.  La tregua tiene que devolverle ese plus al equipo cuando juegue de local. Que venir al Libertadores de América sea un infierno para el rival y no para los nuestros. Necesitamos esta tregua. Cuando lleguemos a destino podremos levantarla, volver a discutir y plantear nuestras diferencias (sobretodo las más sanas) que son las que nos van a llevar a ser un Club mejor del que hoy somos y, por qué no, del que alguna vez fuimos. Pero sin tregua, no hay destino. Y sin destino, no hay futuro. Y sin futuro, no hay Independiente.