Antes que nada, les quiero pedir perdón. Como alguna vez supo deleitarnos el maestro Eduardo Sacheri con su cuento "Me van a tener que disculpar" -y lejos, muy lejos, de querer entablar cualquier tipo de comparación-, quiero empezar estas líneas anteponiendo un pedido de disculpas, que va dirigido a la parcialidad que no es hincha. A esta le hago llegar mi mensaje, porque es muy probable que la exima de muchas cosas si es que leen lo escrito a continuación. Es que parte de lo que quiero transmitir solamente se explica desde un colectivo de identificación que lo siente, que nació con esta maldita enfermedad, y si bien no tengo intenciones de excluir a nadie, es probable que en el camino se les queden varios conceptos por el simple hecho de no ser parte. Por eso ofrezco mis perdones. Porque solamente quien caminó descalzo sobre los carbones sabe lo que duelen estas ampollas. Y hoy, por fin hoy, tanto tramo de sufrimiento parece haber claudicado.
Después de tanto tiempo, salió el sol para nosotros. Los que estuvimos en las tribunas cuando todo salía mal, empujados por un amor que vaya a saber cuándo le juramos fidelidad pero que nunca traicionamos. Únicamente el hincha de Independiente conoce lo que es haber sido el hazmerreír del país en estos últimos años. Ser víctimas de la desdicha futbolera, de los desmanejos dirigenciales, del desorden y el caos mismo. Del proceso de desinstitucionalización sufrido. Y sin embargo ahí estábamos nosotros, contra viento y marea, frenando las balas con el pecho. Y hoy, por fin hoy, tanto tramo de sufrimiento parece haber claudicado. Hoy volvimos a ser.
Independiente sacó chapa. La parada era bravísima y mostró los dientes de nuevo. Libertad fue un rival muy duro, muy afilado y muy trabajado, que supo siempre a qué quería jugar y cómo debía hacerlo. Un equipo al cual le habían convertido solo dos goles en siete partidos, y también uno al que no había que dejarle una pelota parada porque de arriba te la iban a mandar a guardar. Con Libertad hubo que rendir al 100%, no perderse en un segundo de distracción, y el Rey de Copas estuvo a la altura. Lo ganó con el oficio de alguien experimentado en la materia internacional y, por sobre todo, jugando a la pelota. Atacando de manera excelsa cuando hubo que hacerlo -los dos goles de jugada son uno mejor que el otro- y defendiendo con rudeza cuando el partido lo pidió. Fue inteligente para plantarse y tuvo los ingredientes de siempre: convicción de su idea, actitud, entrega, sacrificio e intensidad.
Durante muchos tramos el dominio fue repartido, pero hay un momento clave en el que se termina de quebrar y a partir del cual Independiente se vistió de amo y señor: una vez consumado el cambio de Amorebieta por el Torito. Holan jugó al ajedrez una vez más. Leyó bien el partido y rearmó la mitad de la cancha y la defensa con la ventaja de la victoria. Vio que el rival se venía por la vía aérea como un tornado y metió al Vasco que entró atento, con el cuchilo entre los dientes, para afianzar a una línea que se hacía cada vez más endeble. Tagliafico, quien jugó un partidazo, pudo liberarse de cargas y agigantó su figura para volver a ser el león de siempre, capitán y emblema de todos los hinchas. Fue entonces cuando Independiente recuperó el protagonismo y cesó el sufrimiento ante los reiterados avances de los paraguayos. Al menos hasta ese tiro libre de Sasa, que vaya uno a saber qué vio el árbitro a la hora de cobrar.
Pese a este ingreso, el punto más alto de la noche no puede no ser para el Puma. Gigliotti tuvo, por fin, su partido consagratorio en donde fue el mismo que alguna vez mostró ser en los primeros encuentros, donde a base de sacrificio y luchas eternas ante los centrales se ganaba un lugar en el once titular. Tenerlo de nuevo en buenas condiciones físicas es una noticia auspiciosa, porque te permite demostrar lo eficiente que es este equipo a la hora de jugar con un nueve referente del área. Los dos goles que marcó son propios de un centrodelantero de oficio, y se sacó su propio pasaje a Río/Barranquilla. Y párrafo aparte para Meza, que con una viveza en el pase a Bustos en la del penal y un control orientado excelente para asistir en el segundo gol ocupa su lugar en el podio. Junto a Barco lo completan, con otro partidazo del pibito que cada día demuestra más personalidad.
Ariel Holan lo hizo de nuevo. No le alcanzó con potenciar a un plantel entero, sino que además lo llevó a la final de una copa con más aciertos que errores en sus planteos. A base de humildad y silbando bajito, el Profe se las rebuscó para armar un plantel de alta competencia pese al abandono dirigencial en el mercado de pases. Supo suplir la dura baja de Rigoni con sus propios jugadores y le sacó el jugo a varios de ellos convirtiéndolos en polifuncionales, les enseñó a jugar en diferentes lugares y los aprovechó al máximo. Sí, ese mismo al que se le reían de los drones. El mérito tiene nombre y apellido, Profesor.
Siete años tuvimos que esperar para tener otra vez una sonrisa en la cara. En el durante, solo vimos espejismos que al rato desaparecían. Pasamos por lo peor de lo peor, por el ocaso del abismo más hostil, y también circulamos por la senda de la desilusión más veces de las que hubiéramos deseado. Sobraron los momentos en que parecía que sí, que llegaba la hora de levantarse y que al fin volvíamos al ruedo, pero solo era humo. Y ahora no. Este logro es tangible. Es palpable. Es real. Estamos en una final, otra vez, con todo lo que eso significa para nosotros. Recuperamos esa sed de ser, la respetamos y dio sus frutos. Tal vez hubo que pasar por todo esto para llegar hasta acá. Hoy la espera parece haber valido la pena. Porque hoy sabemos que no hay alegría sin dolor. Y todavía falta lo mejor.
Por @rffailache