agarrate fuerte
agarrate fuerte
Agarrate fuerte
17/06/2013
Por: Javier Brizuela
17 de junio de 2013
Independiente se fue a la B, descendió, jugará al menos un año en la segunda categoría del Fútbol Argentino. Nunca, en mis 34 años de vida pensé que esa frase podía siquiera adquirir ribetes de realidad.
Lo primero que a uno le viene a la mente cuando pasa algo malo es una palabra, convertida en pregunta. No importa si sabemos o no la respuesta, está ahí, inevitable, contundente. ¿Por qué? Yo en este momento no me pregunto por qué pasó esto, ni tengo ganas de buscar y castigar a los culpables (aún), por ahora sólo me cuestiono y hasta me culpo por estar llorando, por sentirme tan mal.
“Es solamente fútbol, estás enfermo y hasta sos un pelotudo”, son algunas de las frases que escuché en estas últimas semanas y más allá de los fundamentos válidos que puedan tener (sobre todo la última), me llevan a plantearme cosas, a buscarle una explicación a este dolor tan real, tan desgarrador.
¿Porque once tipos jugaron mal a un deporte estoy como un recién nacido con hambre y gases? ¿Porque el resultado de una cuenta de dividir da menos de lo esperado es que no puedo impedir esta tristeza tan profunda que me hace mojar el teclado? Si soy plenamente consciente que la derrota es uno de los tres resultados posibles que tiene el fútbol, ¿por qué sufro tanto por un club? Si aunque no tenga la suerte de vivir como Battión o Leguizamón por ejemplo, puedo llegar a fin de mes, ¿por qué me siento vacío, sin alma, sin nada? La razón, obviamente, no es ninguna de las mencionadas.
Un día lluvioso, volviendo del laburo a casa en el furgón del tren, algo me ayudó con el interrogante. De repente sentí un olor particular, conocido. No era perfume, transpiración, porro, ni siquiera alguien a quién le había caído mal el pancho de la estación. A todo eso uno se acostumbra, esto era otra cosa, pero no podía descifrar exactamente qué. Cerré los ojos para lograr mayor concentración e instantes después me sentí rodeado por niños, siendo yo uno de ellos, tratando de crear una forma coherente con el papel maché hecho junto con la Señorita Mónica, quién seguía todo atentamente. Eso era lo que sentía, olor a papel maché, porque a un cartonero se le había mojado una inmensa pila de diarios con la lluvia.
Nunca, en treinta años, había vuelto a sentir ese olor ni a pensar en aquella intrascendente escena de mi vida. ¿Cómo es posible que la mente guarde algo así, que la cabeza tenga semejante memoria, que solamente un aroma te pueda transportar tanto tiempo? Independiente es ni más ni menos que eso, el gran disparador que tiene mi cerebro.
Solamente con ver el escudo estoy ahí, diciéndole a mi viejo que no me pienso ir a acostar, que no me importa que sea tarde, voy a ver ese partido que jugamos en Japón. Sé donde estaba, hasta que me había puesto mi vieja para dormir. No hace falta que cierre los ojos para sentir la mano de mi abuelo sosteniendo fuerte la mía (“agarrate bien eh, no te pierdas”) la primera vez que pisé la doble visera. Estaba acostumbrado a vivir lejos, esperando pegado a una radio a un tipo que grite “goool de Independiente” cuando no enganchaba a nadie que nos relatara o a quedarme hasta casi las doce cuando jugábamos en el interior, porque recién a esa hora a Macaya le llegaba un VHS de mala calidad (era casi como mirar Venus sin pagar el codificado), que me permitía al menos dejar de adivinar cómo había sido aquel gol. Tan presente tengo lo encandilado que estaba por las luces, maravillado por estar a metros del Bocha, en el mismísimo lugar en el que Erico le había bajado los dientes a Superman, en el que De la Mata enredó al Hombre Araña con su propia tela a pura gambeta.
En cualquier momento veo los colores y vuelvo ahí, donde años después le dije a mi hijo “acá mi abuelo trajo al tuyo, ellos me trajeron a mí, yo te traigo a vos y vos vas a traer a tu hijo, porque éste es nuestro lugar”. No creo que con dos años me haya entendido, no importa en realidad. Cuando a uno lo bautizan no entiende porque carajo un tipo lo moja, pero se supone que hay tradiciones que quedan impresas para siempre.
Basta con que la camiseta roja roce mi piel para sentirlo a cococho con cuatro años dando la vuelta a pocas horas del partido en el Gasómetro, los abrazos con mi viejo después de Huracán, Boca y Flamengo, las lágrimas después de Liga o luego del penal de Tuzzio.
No creo que sea tan difícil de entender al final, muchos de los momentos de nuestras vidas están relacionados de alguna u otra manera con este bendito club, que lleva el color de nuestra sangre, nuestro ADN, nuestra herencia. Es tan simple como eso, Independiente en cualquier momento y lugar te transporta a un instante feliz de tu vida, te rodea de tus seres queridos, no importa si están o no.
Lloro por este descenso, es cierto, pero la verdadera razón no es deportiva, es otra. Lloro porque con vos está mi abuelo, mi viejo, mis hermanos, mi hijo, mi mujer, mi familia, lloro porque te amo. No me gusta donde me estás llevando ahora, pero siempre, siempre Rojo de mi vida voy a estar agarrándote bien fuerte la mano.