nadie lee
nadie lee
Nadie lee
02/12/2015
Por: Eugenia Ferreras
2 de diciembre de 2015
Esto ya lo viví. Se repitió tanto esta sensación, éste último año (y estos últimos años), que no se sabe ya qué cosa nueva decir, que pudiera servir para algo.
Ya puteé, ya lloré, ya me decepcioné, ya me esperancé y me volví a desilusionar, ya me colgué de un refuerzo y lo vi romperse, ya esperé recuperaciones que no me dieron nada, ya perdí un clásico regalado, ya perdí una serie regalada, ya me quedé afuera de un título, ya silbé, ya grité, ya aplaudí, ya pedí.
Ya leí declaraciones del DT y del equipo, como las de esta semana. No son nuevas garantías de nada.
A esta altura (del año y de las circunstancias) la pelota no dobla. Y lo peor es que como hincha, no podés hacer nada.
Podés teorizar durante todas las cuadras que quieras, saliendo del estadio, sobre qué debería haber hecho y qué no Pellegrino, y qué debería hacer el domingo que viene. Podés decirlo en voz alta y debatirlo con todo el mundo. Pero eso no hace que suceda.
Podés putear a los jugadores por Twitter, por Instagram, por Facebook. Ahora se pueden hacer esas cosas. Pero no lo van a leer. (Y puede que esté bien que no lo hagan).
Puedo escribir yo, todo esto, también, pidiendo que vayan y reviertan el desastre del otro día. Pero nadie lee. Pisano no tiene bajada la app de Orgullo Rojo en su celular. No se van a pasar esta nota hoy en el almuerzo. No esperan en el vestuario los puntajes de Brizuela. No se quedaron anoche despiertos hasta las 4 de la mañana, con culpa, porque el sabio Failache les dijo que se respeten un poquito.
Ojalá lo hicieran. Pero no.
Nadie lee. Sólo el hincha lee y habla y especula y se pasa todo el día, todos los días, pensando en qué hay que hacer y qué no hay que hacer. Sacando cuentas. Debatiendo. Como si diciendo las cosas en voz alta pudiéramos lograr que ellos hicieran lo que tienen que hacer.
Pero si ni de locales, donde sí nos estaban escuchando, hicieron lo que tenían que hacer.
Semanas como ésta (y años como este) recuerdan que todo en el fútbol queda librado a la libertad (valga la redundancia) de no más que once personas. Es de lo mejor y de lo peor que tiene ser hincha: estás solo.
Por eso, en esta semana, prefiero ni pensar. Ni decir. Prefiero quedarme en entender esta impotencia y no dejar que se vuelva otra cosa peor.
Porque la impotencia de que Independiente sea más nuestro que de esos once; más nuestro incluso que de quienes administran Independiente; pero que así y todo no podamos hacer nada, es grande como Independiente. Y dejar que la impotencia crezca y evolucione en bronca, es lo que arruina todo. Es lo que lleva arruinando al fútbol hace rato. Tanto peso sobre los jueces y tanto crecimiento de la cultura de barras, nace de la misma impotencia, que no sabe ya a quien culpar y no sabe ya cómo presionar.
La impotencia del hincha arruina al hincha.
La impotencia te quita el disfrute, porque te hace creer que tenés que hacer algo. Que es obligatorio. Y te deja teorizando, presionando, puteando.
Hasta que explotás.
Al pedo. Porque nadie lee. Porque todo queda librado a no más que once personas.
Así que esta semana, este fin de ciclo, prefiero dejar pasar la impotencia y no hacer nada. Ni pensar. Porque para el jugador, jugar es un trabajo, pero para el hincha, hinchar es parte de su vida. Y nadie necesita que una impotencia enorme se coma, justo a fin de año, el resto de los aspectos de su vida.
No quiero llevarme de este año de Independiente, esta impotencia. Porque quiero más a Independiente que a esta impotencia.
Prefiero quedarme, pase lo que pase el domingo, con el clásico pasado. Con el llanto de Jesús.
Y el domingo, que hagan lo que quieran. O lo que puedan. Ellos. Yo no voy a poder hacer nada. Yo solo voy a estar ahí, de nuevo, el año que viene. No importa lo que pase. No importa que nadie lea.