Tío Ernesto vio a todos, pero siempre se quedaba con el mismo. Nos encontrábamos esporádicamente, en apenas algunas contadas pero extensas charlas familiares, hablando siempre de Independiente. Con sus ochenta y nueve años, jamás se olvidaba de ver un partido de su equipo y siempre se encontraba en condiciones, ante cualquier evaluación, de responder con altura sobre cómo habían jugado tanto el dos, el once o el tres. Tío Ernesto los vio a todos, pero ante mi pregunta, siempre se quedaba con el mismo: “Nunca vi a nadie que hiciera las cosas que hacía Erico. La llevaba cortita, hacía cuatro, cinco jueguitos y ¡pum! La mandaba allá, adentro. Era una cosa sin igual”, recordaba casi como quien visualiza el asunto, mientras se frotaba los ojos claros con sus temblorosas manos. Es al día de hoy que me acuerdo de esa charla con lujo de detalle. Quizás porque fue una de las últimas que mantuvimos.
Independiente debió volver a la tierra del máximo anotador del fútbol argentino para recobrar la memoria goleadora. Como siempre que debió mostrar los dientes en las Noches de Copa durante el ciclo de Holan, lo hizo con la altura de quien se sabe Rey y dominó de principio a fin. Ganó en fútbol y en actitud. En garra, en hombría y en inteligencia. Fue el partido idílico. Fue una actuación para el recuerdo.
El 3-4-2-1 inicial funcionó a la perfección hasta la obligada sustitución de Amorebieta. El cambio de esquema validó la buena predisposición de Independiente a la hora de readaptarse a las necesidades y exhibió la versatilidad de algunos jugadores para reacomodar su juego. Es el caso de Albertengo, quien lució más cómodo suelto por el frente de ataque, y de Meza, eje de la creatividad y generación de juego del equipo. Su reconversión a mediapunta con cancha libre es otro acierto más de Holan, quien no para de agregarse puntos a favor si de potenciación de jugadores se trata. Por las bandas, Sánchez Miño y Bustos proliferaron los avances con pelota dominada y contribuyeron en los ataques con superación numérica. Nery aportaba en la posesión, el Toro en la recuperación y en el fondo, siempre la bestia de Franco. Todo era una serie de engranajes que giraba a la perfección.
Después, con el ingreso de Fernández, Independiente ganó en picardía, en un lapso de apenas diez minutos donde se había obnubilado. Por favor, Profe, nunca más al banco bajo ningún concepto de falta de altura o de lo que sea. Leandro entiende todo de todo. Sabe de desmarques y de llevarse marcas. Sabe patear y asistir. Entiende el posicionamiento en la cancha y la lectura del partido. Y tiene alma goleadora, que es lo que Independiente tanto necesita. La asociación que formó ayer con Albertengo fue más que interesante, pese a que el equipo debió sacrificar peso en la mitad de la cancha. Tal vez eso suponga una desventaja, no lo sabemos. Lo que sí queda claro es que fueron el complemento necesario en un partido donde salió todo bien.
Barco fue otro de los puntos altísimos de la noche, y por tercer partido consecutivo, indispensable para la victoria. Siempre hay que recordar que tiene apenas 18 años. Hoy luce más tranquilo, no va al frente con la ansiedad de un chico que recién debuta, sino que se toma un tiempo más cuando la jugada lo pide. El contragolpe que deviene en el primer gol lo maneja a la perfección con la paciencia de los sabios, y en el penal vuelve a ser ese juvenil ágil que te sale para cualquier lado. Ese binomio de características lo hace tan indescifrable como determinante en los mano a mano, y si mantiene la confianza sólo le esperará un techo altísimo de alcanzar. Que los detractores prematuros vayan aprendiendo a esperar.
No creo en las coincidencias y mucho menos en el mundo del fútbol. Solo un necio podría afirmar que este equipo de Holan es poca cosa y que el 4-2 con Iquique, el 2-0 con Atlético Tucumán y el 4-1 de anoche se deben a los vestigios de la suerte misma. Y sería reduccionista hablar solamente de que “es trabajo”. Hay mucho más de fondo que tan solo laburo acá. Con este técnico, se atravesó un proceso de reinstitucionalización. Se volvió a las bases y se instauró otra vez lo que significa Independiente en el continente. Y el plantel, que lo entiende, se merece quedar en la historia Roja con este título.
Tío Ernesto los vio a todos. A Erico, De La Mata, Cecconato, Pastoriza, Pavoni, Bochini, Marangoni, Trossero, Milito, Silvera y Montenegro. Lo vio heptacampeón de América, bicampeón del mundo y también lo vio descender. Pero hay una cosa que Tío Ernesto no llegó a ver porque su cansino corazón cedió ante sus 89 años. Y cuando me toque subir, Tío, te voy a hablar de las Noches de Copas del Independiente de Holan, que estoy seguro serán muchas más.
Por
@rffailache