un sueno cumplido

un sueno cumplido

Un sueño cumplido

Por: Román Failache
20 de marzo de 2015

Esto no es una película de esas que Hollywood retrata con personajes carismáticos y temáticas utópicas. Aunque no parezca, es lo más parecido a una historia real. Esta es la primera historia de “El libro de la buena memoria”, lógicamente, un poco exagerado por la emoción misma.

Para darle vida, se elige, en principio, a un nene de 5 años, de esos que llevan a sus pies toda esfera que resista un impacto. Sangre roja, camiseta roja, y criado a base de historias gloriosas, de epopeyas que no se logran muy a menudo. Un chico que, crecido en los ’90, ha escuchado múltiples relatos con la palabra Bochini, Marangoni, Trossero, Villaverde, Burruchaga, etc. En ese plantel, juegan Cambiasso, Rotchen, Mondragón, Calderón, Cascini y otras figuras. Mundial ’98. La albiceleste viaja a Francia, y el nene busca en el televisor a Cambiasso, el mágico del cual siempre hablan en su casa. Puede quedarse aferrado a la pantalla, que no va a aparecer hasta dentro de un largo rato.

-“Antes, nene, la Selección Argentina formaba con 5 delanteros, y todos jugaban en Independiente”- le dice su abuelo, que disfruta el placer mismo de recitarle “Micheli, Cecconato, Lacasia, Grillo y Cruz” de memoria. El nene no percibe la mueca de añoranza dibujada en el rostro de su abuelo; en contraposición, sus ojos brillan. Su ilusión es poder vivir lo que éste le cuenta. Poder disfrutar de la supuesta gloria.

Se hace esperar, aunque la prometida gloria aparece en forma de campeonato, en el año 2002. Un equipo que gusta. Que golea. Que cuando parece entregarle el título a Boca, emerge triunfante un tal Lucas Pusineri, la clava al lado del palo con la cabeza y hace gozar a la vieja Doble Visera, dejando al gigante del que tanto le hablaron, a un paso de gritar campeón, en el mes de diciembre. Ese mismo año, la selección de Bielsa se había vuelto en primera ronda de Corea y Japón. “¿Y los del Rojo?” preguntó el nene, ya no tan nene. “No los llevaron. Del fútbol de acá, no van muchos. Los buenos juegan en Europa.” Así de tajante es la respuesta del padre, ¿pero cómo derribarle la ilusión a un niño?

Todo este combinado de imágenes van acompañando el desarrollo del chico, en donde la historia se repite una y otra vez. Hasta que surge el Kun Agüero. No obstante, su paso por el club es efímero. Tanto, que al poco tiempo está en Europa, donde juegan los buenos, a cambio de toneladas de dinero, que servirán para remodelar el estadio y para enriquecer al ex-presidente, aunque eso no se debe decir.

Agüero tendría un lugar en el Mundial 2010, donde la ilusión es infinita porque el técnico sería quien fuera el mejor jugador de todos los tiempos, y en la cual juega el mejor del mundo. El resto es historia conocida.

Pero esta vorágine por tener un representante en la Selección se hace cada vez más idílica. Tanto, que pasa, no a un segundo, sino a un quinto plano. Casi que es olvidado. Y la Selección Argentina, que no da alegrías hace como 20 años, se ubica en la misma escala de importancia.

Para colmo, aunque el adolescente no lo sepa, Independiente está entrando en la etapa más lóbrega de su rica historia: va a descender. Los héroes de los que hablaba su abuelo, si ya casi no existen, imaginate ahora. Los jugadores desaparecen; nadie quiere quedar pegado a un descenso, al igual que los técnicos. Ninguno asume. Y los que están, hacen lo que pueden, con la insoportable mochila que cargan y bajo las limitaciones de un plantel desarmado, casi en su mayoría integrado por juveniles. Es ineludible. Dando lástima, Independiente se va a la B por primera vez en su historia, y va a jugar el Nacional.

Es curioso pensar que, en el momento más trágico, cambia el rumbo del barco. ¿Por qué? Capaz sea la magia de Hollywood. No sé. En un club consternado, con una hinchada furiosa, resurge de las cenizas un muchacho, que, hasta el momento, se había aventurado en las canchas sin penas ni glorias. Un jugador que promediaba los seis puntos por partido, ahora empieza a ser el protagonista. Ese que jugaba cinco o seis puntos, ahora juega nueve o diez. Ese que era recambio, ahora es titular indiscutido y líder. Ese que tiraba centros para que se hagan los goles, ahora los convierte -y cómo lo hace-. En el momento más complejo, ese empieza a aparecer en los dorso de las camisetas de los hinchas. Y logra desenmarañar el enredo. Sobre el final de la odisea por el torneo federal, se convierte en emblema. Y, de la mano de él, el equipo asciende a la Primera División.

Un día después empezaría el Mundial más recordado en la historia. No sólo para los argentinos, sino para el mundo entero. Un festival de goles; un clima propicio para una fiesta; la Copa del Mundo de Brasil 2014 fue especial, y todos los hinchas del fútbol la pudieron disfrutar. Y los de Independiente, gracias a él.

Pero el romance no termina acá. Este sujeto, de increíble presente, mejora aún más: se convierte en líder en el vestuario y en la cancha; anota 10 goles en un torneo jugando de mediocampista central; rechaza una oferta que incluye una impresionante suma de dinero para él, con el fin de poder dejarle un negocio rentable al club. Hasta es ovacionado por el actual técnico de la Selección Argentina, quien le vaticina una futura convocatoria. Todo eso, en menos de un año.

En marzo del 2015, Martino da la lista de jugadores que irán a una gira por Estados Unidos. 20 serán del fútbol europeo, y 3 del local. Entre ellos, Lionel Messi, el Kun Agüero y muchas otras figuras de calidad. Y aquel muchacho, nacido en Reconquista, Santa Fe, va a formar parte de esos 23.

Ahora sí. El adolescente, ya no tan adolescente, cuando nombran al ídolo siente, por primera vez, que eso debe ser la gloria. En ese momento, comprende todos aquellos sentimientos que su abuelo le intentó transmitir desde chico, y se emociona. Posiblemente, en llanto. Posiblemente, con una sonrisa mirando al cielo. Se emociona, al fin, mientras se proyecta sentado, con su nieto sobre la falda, relatándole la anécdota y observando cómo éste lo mira con el más profundo deseo de vivir lo mismo.

Quizás, este sea solo un paralelismo absurdo entre la vida de Federico Mancuello y la de aquel nene, que hoy ya no es tan nene, pero que un poco sí. Por suerte, esto recién comienza. Y aunque es difícil ganarse un lugar entre los titulares, no importa. Con saber que va a tirar una pared con Messi, aunque sea en el entrenamiento, ese nene será feliz. Porque algunos llegan por virtuosos. “Los buenos juegan en Europa”, le decía el viejo. Bueno, entonces, los del fútbol local van por el esfuerzo, por el corazón que le ponen a cada jugada; por saber que nunca está perdido; por creer que no solo hay lugar para los virtuosos. Y el día de mañana, cuando Mancu se vaya a Europa, se va a llevar consigo la satisfacción de haber cumplido con el hincha. De haberle regalado a la generación de los ’90 la posibilidad de ver a un jugador del Rojo vestido con la celeste y blanca (la verdadera celeste y blanca).

Extraido de https://librodelabuenamemoria.wordpress.com

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