Nuestro lugar

Nuestro lugar

Guardados para siempre

Una carta del día en el que estrenamos la casa remodelada, a 15 años

Javier Brizuela Por: Javier Brizuela
28 de octubre de 2024 13:10:00

No recuerdo el momento preciso en el que la vi, supongo que había estado ahí parada desde temprano, observando como sus ídolos se cruzaban con los míos.

Creo que fue apenas terminó el partido principal, minutos después de los anecdóticos goles de Federico González para nosotros y del Chipi Gandín para los Jujeños. Mientras el 2-1 quedaba en la historia, ella hacía lo mismo para mí.

Hay un dicho que dice que los hombres no lloran. El hecho de que sepamos que es erróneo, no impide que a los varones nos de pudor lagrimear, más cuando estamos en público, en presencia de familiares y amigos. Debo admitir que venía aguantando bien, aunque en el momento del transitorio empate se me escaparon un par, que pasaron desapercibidas entre tantos gritos y abrazos.

Pero cuando mis ojos se posaron en ella no hubo caso, el nudo que tenía atravesado en la garganta como un ovillo de lana se transformó en lágrimas imposibles de disimular.

Estaba sola, justo en el pasillo del rincón que unía la popular y la platea baja Visera, acariciando el paredón de la fosa como si fuera un bebé recién nacido. Cuando uno ve a una anciana llorando desconsoladamente de esa manera, sumergida en un mundo en el que solo tienen lugar ella, su lamento y un pañuelo Rojo incapaz de cumplir con la razón de su existencia, lo primero que se le ocurre es diagnosticar demencia, o llamar a un policía para que la socorra. Pero no, en ese contexto y momento, nadie dudó de que estaba en pleno uso de sus facultades mentales. Todos sabíamos lo que le pasaba, lo que nos pasaba...

Ahí todo me quedó más que claro. Las retro excavadoras, los martillos hidráulicos y las palas mecánicas son letales con las estructuras. También muy efectivas para remover escombros, pero nada pueden hacer frente a las lágrimas, los recuerdos, los sentimientos y el amor de uno hacia el lugar físico en donde durante años se forjó una fidelidad inquebrantable.

Ahí mi abuelo Pocho disfrutó, aplaudió, gritó y se encabronó. Llevó a mi viejo, él hizo lo mismo conmigo y yo con mi hijo. La Doble Visera es testigo de nuestra historia, tanto como nosotros lo somos de la de ella. Entendí que las máquinas son inútiles ante todo eso, no borraron nada, solo lo guardaron para siempre, como hace el mar cuando uno escribe algo en la arena.

El miércoles no empieza otra era, es un nuevo capítulo de la misma historia, nuestra historia.

No se inaugura otra cosa, se reestrena la vieja y gloriosa Doble Visera adaptada a los tiempos que corren.

No vamos a ver un nuevo estadio, visitaremos después de tres años de nomadismo nuestra casa.

No se si voy a poder contener las lágrimas (seguro que no), tampoco se si volveré a ver a la anciana, pero estoy seguro que va a estar ahí, porque vamos a estar todos. A pesar de la política errónea y elitista que intenta imponer la dirigencia, no seremos solamente treinta mil.

Porque en ese lugar estamos guardados para siempre.

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